Traidor, el último
Mi amigo Joan Tapia lo clava en pocas palabras. Protestan, luego existen. Razón de ser del independentismo en la vida. De eso se alimenta. De la protesta, la aversión a la legalidad vigente, las lágrimas de cocodrilo sobre los presos, las caceroladas contra el Estado represor y la murga permanente ante los corresponsales extranjeros para que el mundo oiga su aflicción.
Ahora los “indepes” se conforman con explotar sus ataques de contrariedad porque la insumisión ya no les luce. En eso compiten entre ellos mismos. Entre las distintas sensibilidades políticas y sociales en las que hoy por hoy aparece divididos. Es una carrera por ver quien es más patriota. Traidor el último.
Empezando por la caótica familia política heredera del pujolismo. Desde los neoconvergentes de Puigdemont, que están en la intransigencia desde el exterior, hasta los de Bonvehi, que están en el pragmatismo desde el interior. Luego están los republicanos de Oriol Junqueras (ERC), que apuestan por el repliegue táctico antes de volver más arropados a las andadas. Mientras tanto, el separatismo furioso se reconoce cada vez menos en el “rebelde fugado” de Waterloo y cada vez más en la CUP y sus “escamots” urbanos (CDR), que pregonan desobediencia, unilateralidad y “cop de porta” (Salvador Cardús dixit). O sea, primero portazo y luego diálogo.
Todo eso es lo que aparece en un escenario, mientras la sensación de fracaso reina en las bambalinas. El tiempo pasa y los lazos amarillos, las esteladas, los símbolos, los gestos, las declamaciones, las caceroladas, se han convertido en una cansina reieteración de mantras inútiles frente al formidable poder del Estado (el Tribunal Supremo sigue a lo suyo en el juicio al proces). Hasta la política desinflamatoria de Moncloa desemboca en su “No pasarán” del otro día (“Con un Gobierno del PSOE nunca se va a producir la independencia de Cataluña”).
Independentismo en horas bajas. Su más reciente expresión es la indiferencia española ante la retadora avalancha sobre el corazón del Estado represor. Indiferencia por aburrimiento más que por rechazo. Además, la pobre respuesta al llamamiento de la ANC para protestar el martes pasado ante el Paláu Sant Jaume contra un requerimiento de la Junta Electoral que, en nombre del principio de neutralidad de las instituciones, ordena retirar esteladas y lazos amarillos de edificios públicos.
Es lo último en el minuto y resultado del llamado conflicto catalán. A la espera de que la Junta, en su reunión de este jueves, decida como canaliza su respuesta a la desobediencia de Torra (Fiscalía, orden de retirada a los mossos, sanción administrativa, o las tres cosas), que mantiene esos símbolos en la sede central de la Generalitat y en las consejerías que libremente lo hayan decidido.
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