¿Manifestación reivindicativa femenina o asonada feminista de izquierdas comunistas?
“Nada en exceso” precepto Délfico.
Cuando unas justa y legítima reivindicación no se lleva a cabo con sentido común, ajena a influencias de tipo político o, a poco tiempo de la celebraciones de elecciones legislativas, directamente apadrinada por algún partido que se aprovecha de ella para pescar en aguas revueltas, con la maligna intención de aprovechar la ocasión para sumar votos a su favor; estaría permitido pensar que los o las que, de alguna manera, se han dejado arrastrar por quienes pretenden prostituir el verdadero objetivo de aquella, pierden su razón, caen en la trampa, (voluntaria o involuntariamente) pergeñada por aquel partido que se ha beneficiado del engaño y se exponen a que, aquella parte de la ciudadanía que hubiera apoyado aquella justa reivindicación que se pretendía defender, piense que detrás de ella se ocultan, de forma torticera, otras ocultas pretensiones, manipulaciones partidistas o intenciones espurias que, de por sí, fueran suficientes para poner en cuestión la conveniencia de otorgar la confianza del ciudadano a aquella petición.
Es evidente que nada tiene que ver con la igualdad de derechos entre las mujeres y los hombres el hablar de la “necesidad de evitar el consumismo” o la exigencia, sin más, de una paridad de hombres y mujeres en los Consejos de Administración de sociedades privadas, donde deben ser los accionistas quienes valoren la capacidad y la confianza que les merecen cada uno de los miembros de semejante organismo. Tampoco se entiende demasiado que, ni en favor de los hombres ni de las mujeres se pueda establecer que, para un mismo puesto y a igualdad de conocimientos, sea obligatorio que una mujer cobre idénticamente lo que perciba una persona del sexo opuesto. Existen muchas cualidades en cada persona, sea hombre o mujer, que para el dueño de un negocio le motiven a retribuir mejor al uno que al otro; por ejemplo: la simpatía en el trato a los clientes, la dedicación al trabajo, el no faltar al mismo con frecuencia, la habilidad, etc. que nada tiene que ver con la pretendida discriminación en los salarios y sí por las cualidades de las que goza uno con respecto a la otra.
Se ha hablado también de que, cuando se acuda a una selección para un trabajo se debiera hacer “a ciegas” o sea sin que el entrevistador supiera si aquella persona a la que está entrevistando es hombre o mujer, olvidándose de que la apariencia del candidato, su cara, su forma de vestir, su aseo, su expresión y sus condiciones físicas en general, pueden ser cualidades imprescindibles para el trabajo para el que se le quiere contratar. Es evidente que, el feminismo recalcitrante, con el apoyo del actual Gobierno y las innumerables subvenciones que les vienen otorgando ( se calcula que pasan de 6.000 las distintas fuentes de ayudas que van recibiendo y más de 150 millones de euros al año) a cargo de los PGE, se ha convertido en lo que se denomina como un “influencer” con gran poder ante los organismo públicos, que son los que intentan captar los votos feministas cuando, en ocasiones como la actual, el conseguir el apoyo de las mujeres puede resultarle muy rentable a cualquier partido que se presente a las elecciones.
La prensa, las TV, las radios, los organismos oficiales, el Gobierno y todos sus ministros, sin excepción, se han convertido en acérrimos defensores de todo lo que las mujeres vienen reclamando que, en síntesis, se puede resumir en un intento de apartar al género masculino de su camino para ocupar ellas los puestos de anteriormente venían siendo cubiertos por aquel. Hoy es uno de estos días en que, gracias a la presión mediática desplegada alrededor de los derechos de las mujeres, de lo único que se habla es de mujeres, todas ellas capaces de sustituir al hombre, cualquiera que sea el trabajo que desempeñe y cualquiera que fueran sus méritos como si, en el género femenino no hubiera las mismas personas con todos los vicios y carencias que ellas intentan resaltar en sus oponentes del género masculino.
Por supuesto que estamos hablando de forma políticamente incorrecta y sabemos, de antemano, la forma como va a ser tratado este comentario pero, como he dicho en muchas ocasiones, el decir lo que uno piensa, el argumentar frente a posturas acomodaticias, incluso por parte de aquellos que se han pasado al bando contrario de forma hipócrita, porque se ha convertido en moda hacerle la pelota a las feministas cualquiera que fueren sus pretensiones, sin descontar a todos estos que forman parte de estas nuevas formas de familias civiles que la modernidad nos ha encajado dentro de la sociedad, de modo que, por la propaganda que se les hace, por los privilegios que se les conceden, por el apoyo por parte de las instituciones y de la sociedad que se les conceden y por la forma en que se les permite expresarse públicamente para que pueda alardear de su condición sexual frente a quienes, anteriormente, se los consideraba personas normales y, actualmente, hasta hemos llegado a pensar que somos nosotros los heterosexuales los que debiéramos avergonzarnos de serlo.
Resulta patético que se quejen de que en 10 años las mujeres hayan pasado “sólo” de un 20% en puestos de responsabilidad, directivas y profesionales, a lo que actualmente se contabiliza como un 30%, como si esto fuera poco y, según su forma de pensar, ya debieran de haber desbancado a los directivos “incapaces” que les han privado de ascender a puestos de mando de modo que ya sobrepasaran el 50% algo que, con toda seguridad, si hubiera sucedido así, ya considerarían que todavía fuera poco. Nos cuesta aceptar que personas como la vicepresidenta Calvo, una persona que dentro del PSOE se la tiene en alta estima, se atreva, sin que le caiga la cara de vergüenza, a decir que en nuestra Constitución no haya ninguna disposición que se muestre contraria a la discriminación de la mujer. Pues es posible que esta señora no vea bien o no se haya leído la Carta Magna porque, si lo hubiera hecho, le hubiera bastado repasar el Artº 14 de la misma para constatar que, en él, queda patente lo que ella niega: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.”. Y, señores,¡¡¡esta señora es la que nos gobierna como vicepresidenta del PSOE!!!
Nunca hemos negado que hubo tiempos en los que existían trabas que situaban a la mujer en una situación de clara subordinación a los hombres y que, la modernidad, ya habría tomado nota de que estas situaciones se debían solucionar, lo mismo que el derecho a estudiar, a los mismos trabajos que el hombre (aunque hay algunos que sería muy discutible que, como regla general, la mujer estuviera capacitada para asumirlos) venía tradicionalmente acaparando. De hecho, durante los años pasados, cada día se han ido creando leyes que las han ido situando al mismo nivel que el sexo contrario en todas las materias en las que antes no tenían posibilidades de actuar. Pero es evidente que lo que no pueden hacer, por mucho que en la actualidad nadie les niegue su capacidad de estudio y aprendizaje, es que es muy posible que, como ocurre en el Ejército, su incorporación a la milicia tardía y sin que, afortunadamente, España no haya participado en ninguna guerra importante ( si lo ha hecho como miembros de la OTAN) las posibilidades de ascender de las nuevas promociones, como ocurre con los varones, son más complicadas por la cantidad de oficiales en espera de ascenso pertenecientes al sexo masculino que están, por antigüedad, delante de ellas para poder ascender a cargos de mayor responsabilidad.
No, no nos convencen estas prisas, estas pretensiones de obtener ( como ya han conseguido con los temas de paridad) de una forma precipitada que se realicen determinados cambios que ya no se pueden entender como problemas de discriminación femenina, sino que pudieran considerarse como competencia profesional, en la que no sólo pueden existir factores personales en favor de uno u otra, sino que no se le pueden exigir a las personas, que han de tomar la decisión para otorgar un puesto de trabajo, que deban ajustarse siempre a una paridad que, evidentemente, no tiene sentido si no va acompañada de unas mejores cualidades para ocupar el puesto en cuestión. La pretendida exigencia de las feministas de que se ponga en marcha, en nuestra legislación, este absurdo calificado de “discriminación positiva”, mediante el cual se les da a las mujeres un plus por su condición de género, que les permita tener preferencia respecto al sexo contrario no puede entenderse como una posibilidad amparada por la Constitución. Y ya no hablemos cuando, lo que sucede, es que se cambia la norma constitucional de que cualquier persona, no condenada, tiene derecho a la presunción de inocencia a su favor, de modo que la carga de la prueba corresponde a la fiscalía o a la persona que la ha acusado de cometer algún tipo de delito. La aberración de la doctrina del tribunal consiste en que va a ser el inculpado de un delito de género el que, retorciéndose la norma general, vaya a tener que demostrar que él no fue el autor del delito; lo que nos conduce a una situación tan aberrante como la de que cualquier mujer que, por cualquier motivo, quiera perjudicar a un hombres, fuera por despecho, por maldad o por ponerle en aprietos, podrá poner una denuncia ante un juzgado contra cualquier inocente al que quiera perjudicar. Y es que, a pesar de lo que intentan demostrar las feministas, las estadísticas judiciales vienen diciendo que, de cada cien acusaciones de malos tratos o de delitos sexuales denunciados por mujeres, sólo un 15% de ellas llegan a producir condenas penales para los imputados.
O así es como, citando una frase de la película León Rozitchner: “Una intuición es también la actualización arbitraria de una memoria. Un empecinamiento sobre ella como una torsión capaz de hacerla siempre viva, memoria del origen del cuerpo sensible como inicio de todo deseo, de toda vida”, queremos entender que el procesoque tienen abierto estas feministas recalcitrantes forma parte de una memora cargada de rencores que se “retuerce” a posta para intentar llevar a cabo una venganza, largo tiempo deseada por un grupo de mujeres insatisfechas, contra el sexo contrario del que, a veces se olvidan de que, a través de la historia, ha sido el que más ha puesto la carne en el asador para defender a su familia y a su patria de aquellos que pretendían profanarlas. Las cifras de muertos de uno y otro sexo son inequívocamente incomparables en perjuicio de los hombres.
-Miguel Massanet-
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