La tremenda responsabilidad de Pablo Casado
Todos los líderes políticos españoles comparten una tremenda responsabilidad en esta hora de crisis política de la nación y de sus instituciones. Todos. Pero hoy toca hablar de Pablo Casado, el líder de la derecha –nada pasa, me parece, por etiquetar así al Partido Popular: ni es un insulto ni es indigno ser ‘de derechas’, ahora que vuelven las etiquetas rígidas–. Porque Pablo Casado, que este domingo pretendió clausurar ‘su’ Convención con un discurso centrado, alejado de los cantos de sirena de aferrarse a Vox (tiempo habrá para eso, si le conviene, como en Andalucía), puede llegar a ser, cómo no, presidente del Gobierno de España. Y tendrá que gestionar muy cuidadosamente el futuro, no su futuro político, sino el de todos los españoles, le voten o no. Tiene, para llegar a hacer el papel que nos conviene, fortalezas y flaquezas. Puede que más de lo primero.
Asistí, como el mirón que siempre me he preciado de ser, a la Convención. Buen clima, porque, como dice algún colega ingenioso, los ‘populares’ son capaces de dirimir elegantemente sus odios cainitas: ni Rajoy coincide en los pasillos con Aznar, ni Soraya Sáenz de Santamaría con María Dolores de Cospedal. Casado sabe manejar esas inquinas en un partido que hizo del cainismo una de sus señas de identidad, pero que sigue siendo, probablemente, el más disciplinado y cohesionado de España. Y con figuras alternativas de peso, como Alberto Núñez Feijoo. Y con Rajoy y Aznar diciendo, en sus discursos distintos y distantes, en el fondo lo mismo: no echarse en brazos aventureros. Otra cosa es que eso se traduzca en votos y que los planteamientos extremistas de Vox no encuentren campo abonado en una sociedad lanzada, por culpa de Cataluña y no solamente por eso, a la involución.
Tendrá que transitar Iglesias entre el afán por conservar esos votos muy ‘derechistas’ y mantener la tradición centrada que puso de manifiesto Rajoy, quizá porque el ex presidente nunca quiso ‘meterse en líos’. Lo que pasa es que ahora, en esta crisis política nacional que se prolonga demasiado, los líos están servidos y a ver cómo ignorarlos, dígame usted.
El caso es que Casado, en estos días de conmemoración de la ‘refundación’ de la Alianza Popular de Fraga para convertirse en el PP, ha unido a los guerreros del pasado en la ‘casa común’. Pero no ha sabido llevar a cabo una nueva regeneración total del partido, lo cual hubiese exigido ofrecer al ciudadano un plantel de cambios radicales, tanto internos como en el programa de propuestas al exterior. La gran debilidad del por otro lado carismático Casado es que se aferra a recetas ya superadas, en su afán por contentar a ese electorado insisto en que involucionado: más 155 –tiene razón el Gobierno: no sería constitucional aplicarlo ahora en Cataluña–, firmeza más que diálogo con los secesionistas, fin del ‘aperturismo’ con la inmigración, vuelta a viejas esencias…
Tiene el líder del PP, a quien hace años le pronostiqué, cuando apenas era nadie, un brillante futuro político, que lanzar propuestas ilusionantes. Imaginativas. No tanto para quienes de todos modos van a apoyarle diga lo que diga –me parece a mí que a Vox le va a ocurrir lo que a Podemos: un fulgor repentino y, luego, el decaimiento–, sino para todos los que, y son legión, andan desorientados en busca de la papeleta que introducir en la urna. Hasta ahí, en esta Convención, que, por lo demás y como no podría haber sido de otro modo, le ha salido bastante bien, no ha llegado.
-Fernando Jáuregui-