Este 2019 no nos lo podemos perder
Cuando, tras el último Consejo de Ministros de este 2018 que ha sido tan horribilis, ví a Pedro Sánchez en su rueda de prensa de este viernes, tan satisfecho, tan escasamente autocrítico y tan crítico con las demás fuerzas políticas, di en pensar que todo seguía igual. Luego me puse a repasar los acontecimientos de estos doce meses en-los-que-tanto-cambió, desde el presidente del Gobierno al líder de la oposición, y me di cuenta de que el futuro no es lo que era, que va a ser distinto y quién sabe si hasta distante. Este 2019 no nos lo podemos perder, y menos que nadie los periodistas, ni nos lo perderíamos aunque, asustados como ciudadanos por los retos que nos llegan, quisiéramos.
Mire usted, sin ir más lejos, a Andalucía, donde una fuerza emergente, a mi juicio poco homologable con una democracia tal y como la entendemos y deseamos, se ha convertido poco menos que en árbitro de la situación de desalojo a ese socialismo rampante en campo de gules que ha hecho y deshecho durante casi cuatro décadas. Lo de Vox, quién lo iba a imaginar hace apenas tres meses, va a ser, a escala nacional, el negativo equivalente a los titulares que el emergente Podemos nos deparó desde 2014, mientras los dos grandes del extinto bipartidismo se desgastan y Ciudadanos, que será el perejil de cualquier Gobierno futuro, aguarda demasiado pacientemente su oportunidad.
Nadie tiene la bola de cristal para saber si este 2019 habrá elecciones generales además de las europeas, autonómicas y locales. Sánchez, lacónicamente, nos dijo a los periodistas que acudimos a su última comparecencia del año que piensa agotar la Legislatura, es decir, seguir en La Moncloa al margen de las urnas hasta junio de 2020. Si hoy hubiese elecciones, dicen los sondeos, las ganaría. Y sería el momento de decidir si sigue con sus actuales, extraños, compañeros de cama o si dirigirá sus favores hacia otro lado, que no puede ser sino el Ciudadanos de un Rivera que tendrá que moderar sus giros a la derecha, porque ese espacio está sobradamente ocupado, y comportarse como un auténtico liberal europeo.
Y luego está todo lo demás. Cataluña y el ‘juicio del siglo’, que ya está a punto de empezar y que va a emponzoñar los mítines electorales de mayo. Torra, en particular, que nadie sabe si este 1 de enero se levantará con el pie derecho de la negociación o con el izquierdo de la soflama a los CDR y a la lucha callejera. Los presos preventivos y un diálogo subterráneo, para nada transparente –“las negociaciones no se radian”, me dijo un ministro un día–, que no parece avanzar mucho. La crisis del Poder Judicial, que se pondrá en evidencia aún en mayor medida. El Parlamento, que no legisla, varado, a la espera de ese debate sobre el estado de la nación que nadie reclama no vaya a ser que ponga al desnudo el estado lamentable del Estado. El diagnóstico de este gran país, España, que necesita urgentemente que nos sintamos orgullosos de él, cosa que, entre unos y otros, nos están poniendo difícil.
No resulta nada sencillo, desde luego, ni ensayar un resumen exhaustivo de un año tan poliédrico que hasta ha resucitado –maaadre mía…– a Franco, ni tampoco meterse en demasiadas honduras sobre lo que será el inmediato futuro cuando entramos en el Año IV de la gran crisis política habiendo perdido de vista a figuras de referencia clásica que llevaban cuarenta años en el coche oficial. Comenzando por Rajoy –adiós, Mariano, adiós al lacónico marianismo– y siguiendo, si usted quiere, por el Rey emérito.
Menudo tsunami hemos experimentado; solo espero que no sea semejante, o incluso menor, que el que nos podría venir. Yo, a los Reyes Magos, a ese Papa Noel que, según el salvaje Trump, no existe, y aunque sea tirando piedras contra mi tejado de periodista, solo les pediría que la nuestra de 2019 sea una democracia como debe ser una verdadera democracia: algo aburrida, normal, sin sobresaltos. Una democarcia de ‘no news’, que son, como se sabe, las auténticas ‘good news’. Ese sí que sería el año que, como ciudadano, yo no me perdería, aunque me aburriese como periodista.
-Fernando Jáuregui-