Disparar contra la corrupción… desde diferentes trincheras
Justo el día en el que estallaba un caso de corrupción hasta ahora inédito, la espectacular ‘Operación Púnica’, los dos principales partidos del arco parlamentario nos dicen que no habrá un gran pacto para la regeneración democrática que prevenga estas prácticas. Ignoro -quiero ignorar- quién tiene una mayor dosis de culpa de que no se haya cerrado un gran acuerdo para hacer efectivamente ejemplar la vida política española: el caso es que, justo cuando la clase política -que no, que yo no quiero llamarla ‘casta’- tiene la oportunidad de reivindicarse, precisamente en el día en el que el prestigio de nuestros representantes, en general -el PP más en particular, si usted quiere que la guerra vaya por sectores–, acaba de sufrir otro varapalo, ya estamos con lo de siempre: es el otro quien no quiere llegar a un pacto, nuestra propuesta es mejor que la de ‘ellos’, ‘ellos’ son más corruptos que nosotros…
La primera medida para acabar con la degeneración -degeneración he dicho, sí- de la vida política española consiste en acabar con este lenguaje que nos asfixia y nos harta. El ‘y tú más’ se nos atraganta, casi tanto como el echar las culpas de todo lo que sucede al pasado inmediato, cuando gobernaban otros. Mientras no se entienda que hay que renovar profundamente el lenguaje político, en cuanto que se trata de mensajes a la ciudadanía, no habremos avanzado nada. Mientras no practiquemos la autocrítica estaremos retrocediendo en la lucha contra este cáncer, por lo que se ve tan extendido, de la corrupción.
Me da igual que los casos corruptos que surgen se deban a ‘vendettas’, a intereses comerciales o a rivalidades por algún tipo de supremacía. No me importa si quienes los desvelan son contables que no han cobrado, amantes despechadas, competidores industriales, espías aficionados o agentes profesionales: apañados iríamos si tuviésemos los periodistas que trazar la pureza de sangre de las fuentes que desvelan los ‘affaires’ escandalosos.
Tampoco me consuela, la verdad, que todos los casos surgidos correspondan al pasado: es lo lógico, me parece. Porque no van a corresponder, digo yo, al futuro. Y menos aún me consuela que, como dijo Rajoy, sean asuntos minoritarios, puntuales. Un solo caso de corrupción ya debería bastar para preocuparnos, aun sabiendo que este, la corrupción, es uno de los elementos motores de la humanidad. Tratar de alejar el problema considerándolo algo aislado, no generalizado, podría indicar una voluntad de no agarrar este toro por los cuernos. Lo mismo que no forzar ya, de inmediato, un pacto de todas las fuerzas políticas para que esta lacra deje de pesar sobre las conciencias de todos los españoles, hayan votado a quien hayan votado.
Me encuentro entre quienes todavía creen en la honradez básica de nuestros representantes: claro que no todos se aprovechan de su cargo y la mayoría se esfuerzan por servir a los ciudadanos. Pero también creo que existe algo así como una pereza generalizada a la hora de perseguir y castigar a los corruptos. Que nadie se extrañe si luego los electores vuelven sus ojos hacia otras opciones que no han tenido tiempo -ni oportunidad, ni quizá deseo– de contaminarse. Aunque la mayoría piense que estas nuevas opciones tampoco -tampoco- son la solución. Ya eso empieza a ser secundario, no me diga que no es fuerte la cosa.
-Rosa Villacastín-