Así actúa tu cerebro frente a las drogas legales
Los seres humanos a veces tenemos una incapacidad inquietante para pensar dos cosas al mismo tiempo. Esto ocurre no solo cuando los dos pensamientos se contradicen, sino también cuando simplemente parece que están en conflicto aunque en realidad no lo estén. En ningún caso resulta más necesario deshacerse de esta tendencia que en el debate sobre la guerra contra las drogas y el movimiento creciente para la despenalización de la marihuana. Debería ser posible decir:
1) La guerra contra las drogas es un desastre integral que ha provocado una cantidad inmensa de sufrimiento humano innecesario. Por lo tanto, como primer paso para acabar con esta guerra fallida, debemos avanzar en el movimiento por la despenalización del cannabis.
A la vez que:
2) Hay pruebas científicas de los peligros de la marihuana en el desarrollo del cerebro de los adolescentes, y en los usuarios de cualquier edad que consuman en exceso. Por tanto, al despenalizarla, deberíamos tomar todas las medidas posibles para minimizar el daño.
Estas posturas no son contradictorias. En este mundo polarizado del debate político a todo o nada, muchos actúan sin embargo como si lo fueran.
En los últimos 15 años he escrito y hablado sobre la necesidad imperiosa de terminar con la funesta guerra contra las drogas. De hecho, en el año 2000, cuando organicé unas convenciones políticas para resaltar las cuestiones que ningún partido estaba tratando seriamente, la guerra fallida contra las drogas era uno de los tres temas que elegimos (aparte de la creciente desigualdad y la necesidad de una reforma para la financiación de campañas electorales).
Así que es motivo de celebración que la guerra contra las drogas, al menos la de la marihuana, se está relajando. Y después de unos años de lento progreso, la cuestión está cogiendo impulso. En la edición del domingo de The New York Times, en un editorial que forma parte de una serie de seis, se pedía acabar con la prohibición. “El Gobierno federal debería derogar la prohibición de la marihuana”, se afirma en el editorial. “Llegamos a esta conclusión tras mucho debate entre los miembros del comité editorial de The Times, inspirados por el movimiento en auge que está consiguiendo que los estados reformen las leyes sobre la marihuana”.
Ya es hora, pues la guerra contra las drogas ha sido una de las peores catástrofes de la política nacional en la historia de los Estados Unidos. El número de víctimas es impactante. Los condenados por delitos relacionados con la droga suponen el 50% de los presos. De ellos, casi el 28% está en prisión por delitos en relación con la marihuana. En 2012, unas 658.000 personas fueron detenidas por posesión de marihuana, y sólo la lucha contra el consumo de marihuana cuesta al Gobierno federal y los estados 20.000 millones de dólares al año. La gente de color se llevan la peor parte en esta guerra contra las drogas. Por ejemplo, los afroamericanos constituyen el 14% de los consumidores habituales de estupefacientes y, sin embargo, representan el 37% de los detenidos por delitos de droga.
Por otra parte, mientras luchamos por cambiar la legislación sobre las drogas, debemos tener en cuenta qué dice la ciencia al respecto. No resulta fácil estudiar los efectos de la marihuana; la gente no la consume con la limpieza con la que se analiza en los laboratorios. Sabemos sin embargo que, aparte de que la marihuana alivia a las personas que se someten a quimioterapia, o a las que padecen glaucoma, esclerosis múltiple y sida, entre otras enfermedades, también existen pruebas claras de sus efectos perniciosos en el cerebro de los adolescentes y de los adictos.
No conviene, por tanto, caer en el error de ignorar la ciencia por miedo a que debilite nuestra postura; el mismo error, por cierto, que han cometido los que niegan la existencia del cambio climático. De hecho, al tiempo que avanzamos hacia la legalización, hay que situar a la ciencia en una posición privilegiada. Una de las peores cosas de la guerra contra las drogas es cómo ignoran los datos a favor del dogma sus defensores. No cometamos el mismo error si queremos avanzar hacia la legalización.
Aunque es imposible estar seguros de lo que nos depara el futuro, podemos hacer uso de lo que sabemos por ahora -lo que explica la ciencia acerca de la marihuana, las cuestiones económicas que están en juego, y nuestra experiencia pasada, que nos dice cómo han actuado el marketing y las fuerzas del mercado con el tabaco y el alcohol- y, al menos, intentar crear un sistema que anticipe y minimice los inevitables puntos débiles.
A Mark Kleiman, profesor de política pública en la Universidad de Los Ángeles en California y coautor (junto con Jonathan Caulkins, Angela Hawken y Beau Kilmer) de Marijuana Legalization: What Everyone Needs to Know (Legalización de la marihuana: lo que todo el mundo debe saber), le preocupa que en nuestra obsesión por eliminar los males de esta horrible guerra contra las drogas, no pensemos realmente en lo que está por venir.
“Por el momento”, me dijo, “nos estamos topando con un sistema comercial, que, en mi opinión, es la segunda peor opción; seguir con la prohibición probablemente es lo único que tendría peores consecuencias”.
Para empezar a entender este punto, hay que observar algunos de los descubrimientos científicos recientes, de los cuales, el más interesante se ha centrado en los efectos que tiene la marihuana en la gente joven. Un estudio publicado en abril en The Journal of Neuroscience, dirigido por investigadores del Hospital General de Massachusetts, de la Escuela Médica de Harvard y de la Escuela de Medicina Feinberg de la Universidad Northwestern, reveló que fumar marihuana, aunque sea de forma ocasional, cambia físicamente la estructura cerebral del joven. “Los resultados de este estudio indican que en los consumidores jóvenes que dan a la marihuana un uso recreativo, se pueden observar anormalidades estructurales en la densidad de la materia gris, el volumen, y la forma del núcleo accumbens y de las amígdalas”, escriben los autores.
La doctora Anne Blood, profesora de psiquiatría en la Escuela Médica de Harvard y una de las autoras del estudio, nos explicó la región del cerebro en la que se producen estas anormalidades. “Se trata de estructuras centrales y fundamentales del cerebro”, afirmaba. “Forman la base por la cual distingues rasgos positivos de negativos en tu entorno y tomas decisiones sobre ellos”.
La doctora Staci Gruber, también profesora de psiquiatría en la Escuela Médica de Harvard que ha dirigido otros estudios sobre los efectos de la marihuana en el cerebro,da este consejo a los jóvenes:
No empecéis pronto; al menos, no antes de los 16 años. Esto es lo que sugieren nuestros datos: que el uso habitual de la marihuana antes de los 16 años está asociado a una mayor dificultad para cumplir tareas que requieren juicios de valor, planificación y un funcionamiento inhibitorio; también se asocia a diversos cambios en la función cerebral y en la microestructura de la materia blanca en comparación con los que empiezan a fumar más tarde.
Estos descubrimientos nos resultan especialmente preocupantes porque, como señalaun estudio de 2013 dirigido por Gruber, “el uso de la marihuana sigue aumentando, y como el riesgo que se percibe de ella se acerca a unos mínimos históricos, la iniciación en el uso de la marihuana ocurre incluso a edades más jóvenes”.
Existen también al menos dos estudios (uno de 2013 publicado en Schizophrenia Bulletin, y otro de 2012) que muestran cómo el consumo de marihuana puede afectar a la memoria. “Una disfunción en la memoria de trabajo es uno de los efectos nocivos más importantes de la intoxicación por marihuana en humanos, pero sus mecanismos subyacentes resultan desconocidos”, escribían los autores del último estudio publicado en la revista Cell, que además señalaban que la “depresión de larga duración estaba asociada con una disfunción de la memoria de trabajo espacial”.
Un estudio de 2014 dirigido por Rajiv Radhakrishnan de la Escuela de Medicina de la Universidad de Yale concluía que aunque “deberíamos recordar que la mayoría de individuos que consumen cannabis no experimentan ningún tipo de psicosis”, una exposición excesiva puede “producir diversos síntomas transitorios, déficits cognitivos y anormalidades psicofisiológicas que se parecen mucho a algunas de las características de la esquizofrenia”. Los adolescentes que consumen marihuana se enfrentan a un mayor riesgo de desarrollar estas alteraciones a lo largo de su vida. Y para los que ya sufren trastornos psicóticos, el uso de la marihuana “exacerba los síntomas, provoca recaídas y tiene consecuencias negativas en lo que a la enfermedad se refiere”.
Otros estudios relacionan directamente el consumo con la depresión. Uno de 2011 realizado por investigadores de los Países Bajos reveló que para los jóvenes genéticamente propensos a esta enfermedad, “fumar cannabis incrementa el riesgo de desarrollar síntomas depresivos”.
En un estudio de 2012 publicado en Proceedings of the National Academy of Sciencesse descubrió que “los adolescentes que más consumían cannabis experimentaban, de media, una disminución de 8 puntos en su cociente intelectual desde la infancia a la edad adulta”. No se descubrieron los mismos efectos en las personas que empezaron a consumir siendo más mayores. Lo más preocupante es que para los que habían comenzado a fumar desde jóvenes, los efectos negativos continuaban a pesar de que dejaran de consumir. “Estos descubrimientos sugieren que el cannabis tiene un efecto neurotóxico en el cerebro de los adolescentes y recalcan la importancia de la prevención y de los esfuerzos políticos enfocados hacia los jóvenes”, se afirma en el estudio. Como investigadora del estudio, Madeleine Meier, del Duke Center for Child and Family Policy, explicaba a la CBS que “los padres deberían entender que sus hijos adolescentes son especialmente vulnerables”.
El coautor Richie Poulton, doctor de la Universidad de Otago en Nueva Zelanda, lo resumía así: “Para algunos es una cuestión legal, pero para mí es una cuestión de salud”.
Así debería ser para todos nosotros. Tratarlo como una cuestión legal ha causado un daño devastador. Pero ignorar los riesgos que tiene la marihuana para la salud llevará a los jóvenes a consumirla sin estar completamente informados y educados sobre los riesgos de un daño que puede ser para toda la vida.
No obstante, la prisa comprensible de la gente porque acabe la lucha contra las drogas ha dejado atrás la conciencia de los problemas potenciales que provoca. De acuerdo con un sondeo del Pew Research Center del pasado año, por primera vez la mayoría de los estadounidenses querían que se legalizara la marihuana, y entre los jóvenes se alcanzó hasta un 65%. El National Institute on Drug Abuse informa de que el 60% de los jóvenes entre 15 y 18 años no considera nocivo el consumo habitual de marihuana, y más de un tercio afirmó haber fumado en los últimos 12 meses.
En 1993, sólo un 2,4% de los jóvenes de esa edad decía consumir marihuana a diario; en 2013, la cifra alcanzaba el 6,5%. Y más del 12% de jóvenes de 14 años afirmó haberla probado. Dado que su uso ha aumentado, también lo ha hecho su concentración de THC (tetrahidrocannabinol, principal constituyente psicoactivo del cannabis). “En la actualidad, un consumo diario puede tener efectos más fuertes que hace 10 o 20 años en el cerebro de adolescentes”, explicaba la doctora Nora Volkow, directora del National Institute on Drug Abuse. En los últimos años, el 97% de los nuevos consumidores de marihuana tenía 24 años o menos. Claramente, los jóvenes van a ser los principales usuarios en el mercado de la industria de la marihuana legal.
La mayoría de ellos no se engancharán a la droga cuando se despenalice, pero algunos sí.¿Cuántos? También se ha investigado sobre ello. Kleiman y sus compañeros afirman que, ahora mismo, unos 4,4 millones de personas se ajustan a las definiciones clínicas de dependencia de la marihuana o abuso de ella. Tambiéninforman del trabajo del epidemiólogo James Anthony, que estima que la “tasa de captura” (el porcentaje de la gente que acaba siendo adicta a una droga tras probarla) en la marihuana ronda el 9%, siendo de un 15% para el alcohol y un 16% para la cocaína. No obstante, cuando Anthony y sus compañeros observaron a las personas que empezaron a consumir marihuana antes de los 25, la tasa ascendía a un 15%. Un estudio australiano longitudinal con casi 2.000 participantes descubrió que el 20% de los que comenzaron a fumar marihuana siendo adolescentes ya mostraban signos de dependencia a la edad de 24.
El hecho de que entre 2013 y 2014, después de que la marihuana se despenalizara en Colorado, las solicitudes de entrada a la Universidad de Colorado-Boulder se incrementaran en un 33%, en comparación con el aumento del 2% del año anterior, sugiere que la legalización puede tener un impulso magnético en la gente joven (aunque una parte del incremento se deba, según afirma la Administración, a la adopción de un nuevo sistema de acceso a la universidad llamado “Common Application“).
La marihuana, de acuerdo con Kleiman, fue una de las causas de las 350.000 admisiones en centros rehabilitación en 2009, una cifra que se ha quintuplicado desde 1992. La mayoría de los pacientes eran adolescentes y jóvenes; casi la mitad de los admitidos tenían menos de 21 años.
El gran reto, cuando nos adentramos en el mercado comercial de la marihuana, es cómo proteger a los más vulnerables: adolescentes, jóvenes y personas de cualquier edad propensas a acabar siendo adictas a la marihuana. Ese es el problema con el contexto actual de laissez-faire en el que está teniendo lugar la despenalización: existe un incentivo perverso que emplean los que comercializan con la marihuana (unaindustria multimillonaria) para enganchar a la gente. Como se explica en el libroMarijuana Legalization:
Quienes consumen marihuana más de una vez por semana suponen más del 90% de la demanda de marihuana. Esto tiene una implicación preocupante: si creamos una industria lícita para cultivar y vender marihuana, el negocio resultante tendrá un fuerte incentivo económico para crear y mantener unos patrones de consumo frecuente y abusivo, pues son los mayores consumidores los que más uso hacen del producto. Por tanto, si creamos un mercado lícito, deberíamos contar con que la industria se dedicará a crear la máxima adicción posible mediante el diseño del producto, los precios y el marketing.
Esto podría llevar, como afirma Kleiman, a “una industria del cannabis en la que el interés comercial se opone precisamente al interés público”, justo de la misma manera que han actuado la industria del alcohol y del tabaco durante décadas.
Kleiman continúa:
Desde la perspectiva de los vendedores de cannabis, el abuso de la droga no es el problema; es el objetivo. Puesto que se espera que la industria legal de cannabis dependa económicamente de los consumidores dependientes, también podemos esperar que las prácticas de marketing de dichas empresas se dediquen a crear y a mantener los patrones del problema del abuso de drogas. Entonces, el secreto de la legalización de la marihuana consiste en mantener a raya la lógica del mercado, es decir, su tendencia a crear y a explotar a la gente con trastornos por abuso de sustancias. Hasta ahora, el proceso y las iniciativas propuestas en cada estado no parecen estar a la altura de este reto.
Por tanto, abolir las terribles leyes contra las drogas (algo bueno) no significa que no debamos reemplazarlas por normas y regulaciones que minimicen los diferentes peligros actuales. La clave es hacerlo ahora y no esperar más años (y mucho más sufrimiento) para aprobarlas antes de arreglar los problemas que no se han podido evitar. Podemos acudir al ejemplo de la historia del tabaco. En 1960 se aprobó laFederal Hazardous Substances Labeling Act, que permitía a la FDA (la Administración de alimentos y fármacos) regular las sustancias peligrosas, dejando al tabaco fuera de los productos considerados perniciosos en aquella época. Asimismo, no se utilizaron etiquetas que advertían de su nocividad hasta la ley de 1965 Federal Cigarette Labeling and Advertising Act. Y hasta 1971 no se prohibió emitir publicidad del tabaco. En la actualidad, hay regulaciones de todo tipo que limitan la capacidad de la industria del tabaco para llegar a los jóvenes. Por ejemplo, las empresas tabacaleras no pueden esponsorizar con el nombre de la marca eventos musicales o deportivos, ni vender camisetas o sombreros con su logo.
Sin embargo, al menos en el caso del tabaco, el retraso en el establecimiento de un marco para minimizar el daño se debió en parte a que la ciencia tardó en involucrarse. En el caso de la marihuana, la ciencia ya ha llegado. Es algo complejo, y siempre habrá escépticos que no se crean los resultados (como los sigue habiendo sobre el cambio climático y sobre el tabaco hasta hace poco), pero hay que empezar a incluir en nuestros debates políticos y en la prensa informativa los descubrimientos científicos con los que ya contamos, sobre todo porque existen formas de limitar los inconvenientes potenciales, entre otras, mantener los precios elevados de la marihuana, debilitar las ventajas políticas de la industria de la marihuana en expansión, proteger a los jóvenes de las técnicas de mercado de las que son blancos vulnerables, e informar al público no sólo de los beneficios médicos de la marihuana, sino de las consecuencias negativas posibles.
Después de muchos años de una terriblemente destructiva y costosa guerra contra las drogas, por fin estamos preparados para acabar con este capítulo vergonzoso de la historia de nuestro país. Pero, al mirar al frente hacia el próximo capítulo, es nuestra responsabilidad colectiva mantener a la ciencia en el primer plano del desarrollo de la legalización. Podemos aprender mucho de la larga historia en la que intentamos mitigar los daños del tabaco y el alcohol. No tenemos por qué cometer los mismos errores nocivos una vez más.
Arianna Huffington
(Traducción de Marina Velasco Serrano)
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