Regenerar o morir
Más allá de la recurrente comparación del agravio y el discurso del “y ustedes más y peor”, con el que habitualmente se salda en los medios la aparición de cada nueva golfería, convendría asumir la necesidad de consensuar un pacto de Estado que posibilite la regeneración del sistema de partidos, que esclareciera responsabilidades y sentenciase culpabilidades sin distinguir siglas. De no ofrecer a la sociedad un gesto de contricción e inmolación, el personal acabará entregando su confianza a una serie de plataformas nebulosas y grupetes posibilistas que, cargados de una considerable dosis de optimismo antropológico, acabarían allanando el advenimiento de movimientos de salvación populista a mitad de camino entre Marbella y Caracas. Un espanto aún peor que el desolador panorama de la actualidad partitocrática española. Así que, o sacamos el barco del agua y limpiamos el casco de escaramujos y adherencias indeseables, o nos vamos a pique. Pero para ello es necesario que los procesos abiertos no se cierren con sentencias dilatadas y desleídas en el tiempo o atribuyendo la culpabilidad a la prima segunda de un vecino del cuñado de un primo de uno que una vez saludó a un consejero. Así no. La única salida de este momento de postración es que, efectivamente, cada palo aguante su vela y que a nadie le tiemble la mano cuando tenga que mostrar la puerta de salida a cuantos, llevados por la codicia o la irresponsabilidad, han contribuido a asentar el erróneo criterio de que todos los políticos son iguales. O salvamos el necesario ejercicio de la política o ya llegará algo o alguien que nos haga añorar estos tiempos de descrédito.