Lo de Gibraltar
Si me disculpan la intromisión, a Gibraltar no hay que mandar ni más patrulleras de la Guardia Civil, ni a la Armada, ni tan siquiera al Rey a hacerse una foto a la sombra del peñón. Lo que hay que mandar con urgencia a la zona de conflicto es un equipo de estilistas que pongan un poco en su sitio a las autoridades de la rocosa colonia. Y es que lo peor de esta gente no es que vivan en un permanente estado de multidelito, sino el pésimo gusto que tienen. Tantos años deseando parecer británicos han provocado tal exceso de entusiasmo en la adaptación del modelo, que se ha acabado generando una especie de tipismo superlativo y extemporáneo. La mejor prueba de ello ha sido la genial idea de celebrar el jubileo de la reina Isabel II proyectando su imagen sobre una de las paredes del Peñón, ofreciendo al mundo una imagen de la soberana que estaba a mitad de camino entre Imelda Marcos y una portada de los Sex Pistols. Cuestión de mal gusto, ya digo. Por lo tanto no cabe darle más trascendencia al estilismo festivo de estos canis disfrazados de bebedores de té, para elevar semejante horterada al rango de provocación histórica o menosprecio de la soberanía española. Si se trata de contraatacar con proyecciones audiovisuales, bien podría responder España proyectando desde La Línea y sobre esa misma pared del peñón una repetición de la actuación de José Luis y su Guitarra en el programa de TVE “Tele-Ritmo” interpretando su bizarro single “Gibraltar” (Philips 1966). Estoy convencido de que no hay príncipe, ni gobernador, ni narcotraficante, ni monito, que resista semejante arma de destrucción masiva.
Soberano ejemplo de mal gusto