La Navidad y las cosas que alguna vez merecieron la pena
La cuestión no es tan clara como nos quieren hacer creer quienes se detienen ante el primer signo que consideran anticrisitiano y se aferran a él.
Forma ya parte de la tradición navideña, igual que el Belén, igual que los Reyes Magos, la bandada de “escépticos” de todo tipo (no creyentes en Dios, no creyentes en la Navidad o no creyentes en las celebraciones en absoluto), escribiendo artículos, por miles, denunciando que la Navidad es una fiesta puramente comercial y que ni siquiera es cierto que Yeshúa de Nazaret naciera un 25 de diciembre.
Como casi siempre suele ocurrir, la cuestión no es tan clara como nos quieren hacer creer quienes se detienen ante el primer signo que consideran anticrisitiano y se aferran a él, por escasa que sea su importancia.
La primera celebración de la Navidad
Resulta ampliamente conocido el hecho de que las festividades del 25 de diciembre es anterior a su adopción por la religión cristiana y, por cierto, muy anterior al nacimiento de Cristo. De hecho, podemos rastrear la celebración de la Navidad hasta la civilización de Babilonia, 2.600 años antes de Cristo. Se trataba del culto al dios Tammuz, dios que había sido concebido virginalmente por Semíramis, una semilegendaria reina de Babilonia. Tammuz nació en el inicio del invierno y, todos los años, su aniversario era celebrado con grandes fiestas.
Muchos siglos después, cuando el Imperio Romano conquistó la zona geográfica de Babilonia, adoptó, como era su costumbre, el culto a los dioses de la región y los incorporó a un ya muy poblado panteón romano. Aunque los expertos no están de acuerdo en esto, la celebración babilónica del nacimiento de Tammuz es uno de los posibles orígenes de los festivales romanos de invierno en honor al dios Saturno (Saturnalia), festivales cuyo apogeo se producía el 25 de diciembre.
Las fiestas saturnales romanas Históricamente, la festividad de las Saturnales romanas se celebró por primera vez en el año 217 a. C. Esta primera celebración obedeció, por un lado, el lado religioso, al terror que despertó en Roma la derrota de su ejército a manos de Aníbal, a orillas del lago Trasimeno y, por otro lado, el lado festivo, a la necesidad de alentar a las legiones para el siguiente combate.
Las fiestas consistían en banquetes, bebida y espectáculos. En ocasiones, los esclavos eran liberados o intercambiaban el papel con sus dueños, en una especie de antecedente del carnaval. Oficialmente, las Saturnales duraban de 3 a 5 días, según la época; pero el pueblo la celebraba, extraoficialmente, durante toda una semana, que se extendía desde el 17 al 23 de diciembre (según nuestro calendario).
Las celebraciones comenzaban con un sacrificio en el Templo de Saturno, al pie de la colina romana del Capitolio, sacrificio que daba paso a un banquete al que estaba invitado todo el mundo, independientemente de su condición: ciudadanos, extranjeros, esclavos e, incluso, mujeres… Todas las casas se decoraban con plantas (costumbre de la que procede el adorno de la flor de pascua) y se intercambiaban regalos con amigos y familiares, reglaos que, en principio, consistían en figurillas de arcilla y en velas.
A partir del año 274 d. C., a las Saturnales se añadió una nueva fiesta del “día del nacimiento del Sol Invicto”, que se celebraba el 25 de diciembre y significaba la apoteosis de la fiesta, el día de la victoria de la luz sobre las tinieblas.
Las primeras navidades cristianas De cualquier modo, cuando el cristianismo adquirió la preeminencia en el Imperio, algunas comunidades cristianas ya celebraban la fecha del 25 de diciembre como la del nacimiento de Cristo, desde hacía varias décadas. En cualquier caso, no todas las comunidades del cristianismo primitivo celebraban esta fecha el mismo día, e incluso, en muchas ocasiones, no se festejaba en absoluto.
Los primeros cristianos no celebraban la Navidad, ni conmemoraban el nacimiento de Jesús de ninguna forma, por la sencilla razón de que, en el mundo hebreo, no se celebraban los cumpleaños como aniversario del día de nacimiento. El hebreo de entonces no concedía la mayor importancia a esta fecha, sino a la fecha de su entrada en la comunidad. En todo caso, en la Biblia se celebra y se recuerda el día de la muerte, no el día del nacimiento; y, por lo demás, en las Escrituras no hay ni una sola celebración judía de cumpleaños (sí que aparecen como fiestas paganas).
La Iglesia no conservó la fecha de nacimiento de Jesús
En este aspecto, la Iglesia entroncó con su vertiente hebrea y no concedió importancia la fecha del nacimiento de Jesús, hasta que comenzaron, en el siglo III d. C, las polémicas teológicas sobre si Cristo había sido, de verdad, un hombre o si, en toda su estancia entre nosotros, seguía siendo “solo Dios”. Fue por ello que, tras el concilio de Nicea (año 325 d. C.) y en consonancia con las tradiciones de varias comunidades, sobre las fechas del 25 de diciembre, los Papas (Julio I, en el 350, y Liberio, en el 354), instauraron la fecha oficial de la Navidad que ha llegado hasta nosotros.
En otras palabras, y en resumen, aunque se trataba de competir con ella, la fecha del 25 de diciembre no se escogió exclusivamente tratando de “cristianizar” la fiesta romana más importante, sino también porque ya existía tradición dentro de la Iglesia, tradición que se remontaba a varias décadas antes del inicio de la celebración romana del Sol Invicto, en esa misma fecha.
Pero, ¿en qué fecha nació Jesús?
Hasta aquí, hemos visto cómo se escogió una fecha para la celebración cristiana del nacimiento de Jesucristo. En cuanto a la determinación n de la fecha histórica real, no existe consenso entre los historiadores y, por lo que parece, no disponemos de suficientes para una aproximación fiable.
Tradicionalmente, se ha partido de las indicaciones del Evangelio de San Lucas, en cuanto a que José y María se encontraban en Belén con ocasión del censo ordenado por Quirino (gobernador de la provincia romana de Siria, en la que se incluía a Israel). En este evangelio se señala que los pastores hacían vigilias nocturnas, en una de las cuales el arcángel les anunció el nacimiento de Jesús. De estos datos, lo historiadores deducen que Jesús nació en Otoño o en Primavera ( época en la que los pastores vivían en el campo).
Dudas sobre los Evangelios como fuente histórica
Sin embargo, no se ha conservado para la Historia ningún censo ordenado por el gobernador de Siria, lo que resulta, cuanto menos, extraño y resta credibilidad a los datos de Lucas. Por lo demás, la indicación de que los pastores dormían al raso ha da tomarse en el mismo plano histórico que el hecho de que se les apareciera un ángel anunciando el nacimiento del Hijo de Dios. Aunque el historiador sea creyente, no parece muy “profesional” utilizar este dato.
Aun más: el evangelista habla de que Jesús nació durante el mandato, como gobernador de Israel, de Herodes el Grande, el cual murió en el año 4 a. C, y sin embargo habla del censo de Quirino, que tomó posesión de su cargo en el año 6 d. C. Esto indica, sin lugar a dudas, que las fuentes del tercer evangelista no eran del todo “precisas”. Recordemos, para quien no lo sepa, que este Evangelio se escribió entre los años 60 y 90 d. C, según los filólogos, y que San Lucas no vivió lo hechos que narraba.
Cálculos sesudos sobre la fecha del nacimiento de Cristo
Otro argumento, extraído también de la Biblia, parte de la indicación de que, en el momento de la concepción de Juan el Bautista, su padre, Zacarías, sacerdote del grupo de Abdías, oficiaba en el templo de Jerusalem. Ahora bien, había por entonces veinticuatro grupos de sacerdotes y al grupo de Abdías le correspondía el octavo turno. Así que, contando los turnos desde el inicio del año hebreo, el grupo de Abdías sirvió del 8 al 14 del tercer mes lunar, lo que equivale a comienzos de Junio en nuestro calendario. Comoquiera que, también según Lucas, Jesús fue concebido seis meses después de Juan, este debió de nacer en marzo y el primero en septiembre.
Los papeles del Mar Muerto y el 25 de diciembre
Hasta aquí, vemos datos dudosos, pero que apuntan, todos ellos, a la misma época. Sin embargo, para embrollar un poco el asunto, según el fragmento Q., descubierto a orillas del Mar Muerto, los grupos de sacerdotes servían dos veces al año, por lo que al grupo de Abdías le correspondía un nuevo turno a finales de septiembre. Partiendo de esta segunda fecha, Juan habría nacido a finales de junio y, agárrense, Jesus lo habría hecho a finales de diciembre.
Esto sugiere, pues, que la tradición que situaba el nacimiento de Jesús en diciembre, se conservó a través de los esenios, secta a la que pertenecieron los papeles del Qumram. De hecho, una de estas tradiciones afirmaba que Zacarías había recibido la noticia del nacimiento de su hijo Juan el día del Perdón. Esta festividad se sitúa entre finales de septiembre y principios de octubre, lo que apoyaría, de nuevo, la hipótesis de junio como fecha de nacimiento de Juan y de diciembre, como fecha de nacimiento de Jesús.
Tradiciones que apuntan al 25 de diciembre
Por otro lado, a partir de los cálculo de los historiadores, partiendo de la destrucción del Templo de Jersualem por los romanos, en el año 70, contando hacia atrás, el servicio del grupo de Abdías tuvo que entrar en la primera semana de Octubre, por lo que, siguiendo la misma regla, la fecha de nacimiento de Jesús se aceraría más al 6 de enero, fecha más en consonancia con la tradición que se ha conservado en Oriente.
Finalmente, en un tratado anónimo del siglo II, sobre solsticios y equinoccios, se afirma que “nuestro Señor fue concebido el 8 de las kalendas de abril (25 de marzo), que es el día de la Pasión del Señor y de su concepción, pues fue concebido el mismo día que murió”. Obviamente, el tratado solo tiene el valor histórico de mostrar que existía una tradición anterior sobre la fecha de nacimiento de Cristo en diciembre, anterior a la instauración de la celebración romana del día 25, y que esta tradición se apoyaba en la idea de que la concepción y la muerte de Jesús, se produjeron el mismo día del año, a saber, el 25 de diciembre.
La cuestión de la fecha de Navidad no es realmente importante
En cualquiera de los casos, la cuestión de si Jesús nació, o no, el día 25 de diciembre, o de su fecha de nacimiento en general, carece de verdadera relevancia para la Iglesia Católica, y aun más para las demás Iglesias cristianas no católica, hasta el punto de que algunas de ellas prohíben expresamente su celebración. No obstante, he considerado que merecía la pena este repaso de unos datos ampliamente conocidos (y citados por miles en miles de artículos) para salir al paso de la multitud de escépticos anticristianos que, con la excusa de ensañarnos la verdad, mezclan los datos históricos y los teológicos sin criterio alguno y se aferran tozudamente a aquellos que, piensan, hablan contra la religión cristiana.
Personalmente, me defino como escéptico en muchos campos, ateo en materia religiosa. Pero, para un español, ser anticristiano equivale a luchar contra tus raíces, a renegar, en cierto sentido, de tus antepasados. Simplemente, trataba de recordarles a todos que, efectivamente, la mayoría estamos informados de que la fecha del 25 de diciembre es una fecha simbólica; que su elección e instauración oficial, en todo caso, obedecieron a una tradición centenaria que partía de las comunidades de base; que conocemos perfectamente el hecho de que los primero cristianos no celebraban la Navidad, Y a concederles, sí, que la celebración de la Navidad se ha idos desvirtuando con respecto a su primera intención cristiana, convirtiéndose en una fiesta puramente comercial (como todas las fiestas en nuestro mundo actual).
La fiesta de la Navidad, fiesta para todos
Pero, qué quieren que les diga, crean ustedes o no, consuman ustedes como si fueran ricos o no, sepan ustedes, o no, de dónde proceden las tradiciones que celebran, hayan llegado hasta este punto del artículo o lo hayan dejado por aburrimiento, la Navidad es una fiesta de esperanza, una celebración de unidad, una época, a la vez, propicia para la meditación interior y para dejarse llevar por el colorido, aunque el colorido sea comercial. Nuestra Navidad actual consiste, después de todo, en darse cuenta, básicamente, de que aún continuamos vivos y de que, por tanto, no todo esta perdido.
Se trata de una fiesta cuyo valor y cuyo sentido, enterrados en marcas de perfumes y anuncios de juguetes, una llega hasta nosotros. Se trata, en fin, de una institución que ha resistido con solvencia esta oleada histórica de Occidente, que consiste, por decirlo mal y pronto, en confundir la verdad con el sentido y, persiguiendo el progreso, acabar, una tras otra, con todas las cosas que, alguna vez, han merecido la pena.
[Por lo demás, el 25 de diciembre es, también, mi fecha de nacimiento. Conste para ahorrar, a los siglos venideros, polémicas teológicas y sesudos cálculos al respecto]. Ahora me entenderán si les deseo una Feliz Navidad.
-Felipe Muñoz-
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