Homilía en el día del IV Centenario de la Invención de la Santa Cruz del Voto
Queridos hermanos sacerdotes, Ilmo. Sr. Alcalde y respetadas Autoridades, Queridos hermanos y hermanas:
El 19 de abril de 1611 fue hallada la santa Cruz del Voto siguiendo las indicaciones del sacristán Juan Matías de Peralta, después que éste hubiera tenido la visión en la que contempló la Cruz portada por ángeles, que salían en procesión, según su narración, del altar de la iglesia parroquial hasta el baptisterio, en cuyo muro fue hallada.
Se cumplen hoy 400 años de aquella invención de la Cruz del Voto, enseña santa que concreta durante siglos la devoción a la cruz de nuestro Redentor, de esta comunidad cristiana y de las comunidades del entorno geográfico del Andarax. Una devoción que cada centenario viene congregando peregrinos de los arciprestazgos vecinos, de las tierras alpujarreñas y del valle del río, extendiendo por la diócesis la devoción a la Cruz del Voto.
Con ánimo de acrecentar esta devoción y suplicando a Dios quiera volver el rostro y el corazón de todos los diocesanos a la Cruz de nuestra salvación, de la cual la Cruz del Voto es una representación que aúna en sí misma el recuerdo de la Tierra Santa y la presencia de la Vera Cruz de Cristo en la astilla que alberga el crucero de esta preciada reliquia. La Cruz del Voto se ha convertido así en preciado relicario del Lignum Crucis que perteneciera al Obispo mártir de Almería Beato Diego Ventaja Milán, el 19 de abril de 1958, y que fue entregado a la parroquia de Canjáyar, para su colocación en la Cruz del Voto, por mi venerado predecesor Mons. Alfonso Ródenas García.
La Cruz del Voto no sólo es desde entonces en representación de la señal de la Cruz, sino preciada reliquia de la pasión de Cristo crucificado en el madero de la Vera Cruz, que el Señor santificó con su cuerpo entregado por nosotros a la muerte y la efusión de su preciosa sangre. Las piedrecitas que albergan los alveolos que a modo de gemas adornan esta Cruz del Voto son presencia y evocación permanente de la Tierra Santa que Dios en su designio quiso como escenario de la historia de nuestra salvación. Por esto mismo, peregrinar hasta esta iglesia parroquial, para venerar la santa Cruz del Voto es un anticipo de la peregrinación a Tierra Santa y, para cuantos no podrán nunca llegar hasta ella, un medio apto para la comunión con la tierra y la comunidad cristiana que tiene su referente permanente en la Iglesia de Jerusalén, la Iglesia madre de la cual partió por mandato de Cristo resucitado la misión de anunciar el Evangelio a todas las gentes.
Coincide este aniversario cuatro veces centenario con el Martes Santo, y el año jubilar que estamos celebrando tiene en esta fecha una referencia singular que nos ofrece el año litúrgico: la Semana Santa centra nuestra atención en el misterio de la cruz que reluce como ensaña de salvación iluminando el sentido de la vida y abriendo nuestro entendimiento al valor redentor del dolor. No siempre nos resulta fácil comprender el alcance del sufrimiento, más aún, ante nosotros aparece no sólo como indeseado sino sobre todo absurdo. El dolor, el sufrimiento y la muerte no forman parte del proyecto de Dios, son resultado del pecado del hombre desde los orígenes de la humanidad, pues Dios creó al hombre capaz de obediencia y de desobediencia a su divina voluntad. Adán, en efecto, «tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (…) En este pecado el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien» (Catecismo de la Iglesia Católica, nn.397.398).
De esta suerte, el hombre perdió el estado de santidad en el que fue creado por Dios y, aunque creado mortal, destinado a no experimentar la muerte ni a verse privado de Dios por la muerte eterna que trae consigo el pecado, de la cual nunca hubiera podido regresar si Cristo no hubiera muerto por nosotros. Dios nos revela en Cristo la causa del dolor y de la muerte y nos abre al sentido redentor que el sufrimiento humano puede adquirir cuando asumido con paciencia y amor se une al dolor redentor de nuestro Señor Jesucristo, por cuya obediencia le fue devuelta al hombre la vida y la dicha eterna que por el pecado había perdido. Con san Pablo hemos de decir que “la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5,8). Nada podríamos hacer por nuestra propia salvación si Dios no hubiera venido en nuestro socorro en la encarnación, la pasión, muerte y resurrección de su Hijo eterno.
Hemos escuchado en la primera lectura un fragmento del Canto del Siervo de Dios del profeta Isaías, en el cual se nos habla de la vocación profética del Siervo, elegido desde el vientre materno como portador de la palabra divina y de la acción de salvación de Dios. La figura del Siervo anticipa la de Cristo redentor del hombre, a quien Dios establece como “luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra” (Is 49,6). Esta luz de Cristo ilumina la vida humana y se proyecta sobre la historia del hombre, marcada por tanto sufrimiento y tanto dolor probado por todas las generaciones. La cruz ilumina el sentido de la vida porque nos abre el camino hacia la resurrección como signo supremo del amor que Dios nos tiene, que no ha dudado en entregar su propio Hijo por nosotros. Es este amor revelado en la cruz el que da fundamento a nuestra esperanza, al margen de la cual no hay futuro alguno para el hombre. Así, pues: “Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliado, seremos salvados por su vida”(Rom 5,10).
Por esto, a pesar de nuestros pecados, vueltos hacia la cruz del Señor, tenemos esperanza de recuperar la vida para siempre. Como Simón Pedro, también nosotros hemos negado al Señor. Fuimos bautizados en la fe y educados como cristianos, pero lentamente hemos perdido la fe necesaria para seguir firmemente adheridos a Cristo. Estamos como vencidos por una cultura arreligiosa, que quisiera ocultar en el reducto de lo meramente privado el signo de la cruz que ha marcado nuestra vida a lo largo de los siglos. Hay en nosotros algo de la traición de Judas y urge que nos preguntemos si, en verdad, nosotros estamos dispuestos a dejar de entendernos a nosotros mismos como quienes han sido marcados por la cruz de nuestro Salvador.
Quiera el Señor crucificado por nosotros que su cruz no deje nunca de identificarnos como discípulos suyos. Que las celebraciones del IV centenario de la Santa Cruz del Voto contribuyan a mantener la fe cristiana, por gracia inmerecida de Dios, como signo y señal de nuestra identidad personal y de nuestra sociedad tan hondamente influida por el Evangelio de Cristo. Así se lo pedimos a la santísima Virgen María, Madre Dolorosa, que no se despegó de la cruz de su divino Hijo y recibió su cuerpo santísimo, sacrificado pro nosotros, en su regazo de Madre del Redentor.
Lecturas bíblicas: Is 49,1-6
Sal 70
Jn 13,21-33.36-38
Iglesia parroquial de la Santa Cruz
Canjáyar, 19 de abril de 2011
+Adolfo González Montes
Obispo de Almería
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