Contra natura
Creo que una de las reformas más positivas del actual sistema de partidos sería hacer que gobernase la lista más votada. Por sencillez e higiene democrática, esta disposición nos evitaría quebraderos de cabeza, bochornos y posteriores padecimientos de portada. Sin embargo y aunque todo el mundo parece encontrar muy positiva la fórmula, no es posible convertirla en ley. El caso es que apenas faltan unos días para que se constituyan formal y solemnemente las nuevas corporaciones municipales y las mesas de negociación echan humo en aquellas localidades en las que el resultado electoral permite varias posibilidades de gobierno en función de pactos o acuerdos entre los diferentes partidos políticos. Esta urgencia por conseguir el acuerdo favorable que permita obtener una alcaldía o vender los votos que lo posibiliten a cambio de posiciones de privilegio, cuando no sustanciosas compensaciones de todo tipo, provoca que incluso los políticos más curtidos caigan en la contradictoria apelación al pacto contra natura, satanizando en el ámbito político lo que ellos mismos han promovido, alentado y decretado en el ámbito de las relaciones humanas. A día de hoy, los mismos que no dudarían en tildar de antinaturales los acuerdos políticos que no les beneficiasen, tampoco dudarían en pedir el destierro o la condena pública del desventurado que tuviera la ocurrencia de calificar de contranatural el matrimonio de, por ejemplo, dos caballeros legionarios. Poner a la Naturaleza al servicio de nuestros intereses o conveniencias es, probablemente, una de las aplicaciones más ridículas y pintorescas del discurso políticamente correcto.
