Alfombras y cajones
Ahora que se han producido cambios de color político en muchos ayuntamientos que venían siendo gestionados por largos períodos con el mismo partido al frente, comienzan a multiplicarse los casos de denuncia de mala gestión por parte de los nuevos depositarios de la confianza popular sobre los anteriores inquilinos. Un fenómeno que vendría a resumirse en la metáfora de mirar bajo las alfombras y dentro de los cajones para descubrir el rastro aún no desmenuzado de ingenierías financieras, facturas dobles o triples, mamandurrias varias y despropósitos contables. Nada de esto pasaría de la anécdota institucional o del cuaderno de anécdotas de la prensa si no fuera porque todo ese descuadre económico acaba recayendo finalmente sobre usted y sobre mí. Y es que las alegrías, las frivolidades y las trampas de unos pocos, al final las acabamos pagando todos. Habrá quien encuentre loables y hasta plausibles explicaciones como las que el otro día pude leer al futuro ex presidente de la Comunidad de Castilla La Mancha, que entre triturado y triturado de documentos sensibles, tuvo tiempo de decir a la prensa que el verdadero déficit de su comunidad (a la que ahora empieza a verse la boca del pozo económico que ha dejado a sus sucesores) estaba en el número de hospitales y colegios. “Era necesario hacerlo”, señalaba el señor Barreda en una cariñosa entrevista en la que le daban oportunidad de justificar y argumentar la losa que ha dejado a los próximos dirigentes de esa región. Habrá, ya digo, quien considere justas y acertadas esas medidas, pero no puedo compartir el argumento de la necesidad social para acabar haciendo de la excepción una norma en la que instalarse de modo irresponsable, pensando en que si se sigue gobernando bastará con levantar un poco más la alfombra para seguir tapando el asunto. Pero cuando se institucionaliza el endeudamiento y el descontrol como fórmulas de gestión, no basta con apelar luego a las grandes obras realizadas (por ahí hay hechos hasta aeropuertos innecesarios) porque luego los que acaban pagando la fiesta somos usted que me lee y yo.