Zombies, pesimistas y aprovechados
Es evidente que los zombis han llegado y parece que para quedarse por un tiempo en nuestras vidas. Si, ha leído bien, es notable la abundancia de muertos vivientes que pululan por nuestros medios de comunicación, la economía e incluso en la política. Al menos es lo que puede deducirse de determinados comportamientos y situaciones de los últimos meses. Como saben, el zombi es una figura legendaria procedente de las regiones donde se practica el vudú.
Pero para ser más precisos, este término ha emigrado a la literatura como sinónimo de muerto viviente y también se utiliza para referirse a aquellos que hacen las cosas mecánicamente y sin autonomía de la voluntad. Esos difuntos ambulantes son los mismos que hoy, en la sociedad contemporánea, se dejan conducir sumisamente por lamentables prestidigitadores, embaucadores de palabra fácil y de mal agüero, magos dialécticos sin más fuerza que el simple artificio de argucias verbales, dañinas ideas caducadas, negros presagios y el anuncio de decadencias imparables. Una desgraciada realidad, aparentemente justificada por un malestar generalizado con una sociedad que hoy padece de demasiadas preguntas sin responder, un exceso de problemas aparentemente sin solución y un intenso temor por un futuro cada vez más incierto. Según un reciente estudio, los zombis son más populares que las brujas, los vampiros y los fantasmas. De hecho, en la última década se ha filmado más un tercio de todas las películas sobre zombis realizadas en la historia del cine y la televisión. Cuentos infantiles, novelas góticas o de ambiente victoriano, series de televisión y comics, están plagados de muertos resucitados. Nunca ha sido más contemporáneo el gran Keynes que ahora, cuando recordamos su afirmación de que los hombres que se consideran eminentemente prácticos y libres de influencia intelectual alguna, suelen ser esclavos de algún economista muerto. En la actual crisis, parece haberse instalado en la economía, en la política y la opinión, una resignación fatal que nos arroja al inmovilismo o la derrota. ¿No parecemos zombis ante ideas tan insensatas como la hipótesis de los mercados eficientes, la tendencia natural de la economía al equilibrio, esa ridícula creencia de que el fomento del bienestar de los más cresos acaba beneficiando a la mayoría o que los errores del sistema financiero no pueden ser corregidos porque el remedio sería peor que la enfermedad? Desconfíe también de ideas tales como que el precio de la vivienda ha de seguir bajando, que este país necesita reinventarse o que su principal problema son las comunidades autónomas. Por desgracia, parece que gozamos de ideas ridículas, mientras algunos gustan de beneficiarse gracias a ingeniosos artificios especulativos o dialécticos. Pecamos de un exceso de tramposos, mentirosos y aprovechados que campan a sus anchas, entre un montón de gente absurdamente empeñada en comportarse como un puñado de zombis erráticos, confundidos y asustados.
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